FYI: es el insight semanal de FRANKA™️ expuesto en forma de interrogante: una captura de pantalla hecha de otras capturas de pantalla y relacionadas sobre una pregunta a menudo sin conclusión. Una respuesta contra la incesante llegada de "cosas que pueden interesarte" y que nunca acabamos de consumir plenamente.

Hace tan sólo ocho días, Nathy Peluso lanzaba un nuevo documental para ilustrar sobre el proceso creativo detrás de 'Remedio', una canción de su último álbum, titulado 'GRASA'. En la sección de comentarios en YouTube, tan sólo con un vistazo, se observa: "Necesitamos todo un documental con el proceso de cada canción".

Ayer mismo se inauguró una nueva edición del Festival In-Edit, que como cada año se extiende a través de las salas de Barcelona con una cuidada selección de documentales sobre música. La cinta que este 2024 se ha encargado de abrir el certamen es La Joia, que retrata a la artista catalana Alba Farelo a.k.a. Bad Gyal y está dirigido por David Camarero.

Además, en el pasado Festival de San Sebastián Antón Álvarez (C. Tangana) estrenaba su ópera prima: el documental La guitarra flamenca de Yerai Cortés, un retrato personal y creativo de un músico brillante pero también muy joven.

Un poco de rebote, recientemente me encontré con una serie documental que lanza CaixaForum+, MUSIC MAKERS, que profundiza sobre los procesos y circunstancias alrededor de una variada y ecléctica selección de productores musicales, con protagonistas como Danny L Harle o Cora Novoa. Éste también se estrena en el Festival In-Edit.

Datos extraídos de un estudio realizado en Business Research Insights.

No voy a entrar en el análisis del contenido que proponen ninguno de estos documentales. Sin ser yo profesional del entretenimiento (XD), y siempre con la mirada puesta a unos metros de distancia, me preocupa más el propio formato: ¿Por qué una pieza documental, antaño considerada la culminación y/o punto de inflexión en una carrera artístico-creativa, es hoy, en cada vez más ocasiones, lo primero o más corriente?

¿A qué se debe esta devaluación y democratización de la exposición documental? O suavizado: ¿A qué se debe esta transformación?

DISCLAIMER: Este artículo no pretende cuestionar y/o juzgar la creación de los contenidos mencionados anteriormente; tan sólo ofrecer una reflexión sobre la premisa del documental en sí misma. Los expuestos sirven, eso sí, como contexto circunstancial para este comentario.

Definirse antes de que el establishment lo haga.

Para muchos ya es tarde, pero para otros todavía no: en tiempos en los que la información circula descontextualizada por infinidad de líneas de distribución y cualquier aficionado con un canal de YouTube puede crear sus fan fictions a base de consultar algunos blogs, controlar el discurso y/o narrativa se ha convertido en algo esencial.

Así, el documental es una herramienta para construir imagen y controlar la narrativa sea cual sea el punto en el que esté una carrera artística. La paradoja se encuentra en que esta necesidad motiva que estas piezas a menudo sean una cuidadosa curación a.k.a. una versión altamente controlada de la verdad más que una representación objetiva. Digamos que se contesta la posible multiplicidad narrativa con más narrativa y si puede parecer todo lo cruda posible, mejor que mejor.

Prevenir y fetichizar el fracaso.

El proceso se impone a la obra en sí misma, porque vivimos en la era del súpercontenido. Al mismo tiempo, la lucha cobra valor sobre la finalidad misma y si esa materialización es a) un éxito medible, b) un éxito de forma unánime o c) no alcanza sus expectativas, es indistinto. No importa porque el propio fracaso está documentado y puede generar engagement a largo plazo.

El fracaso posible, aquel que todavía no se ha alcanzado pero quizá se alcanzará, queda así fetichizado y transformado también en un contenido emocional altamente atractivo. En otras palabras: incluso si un artista no logra la fama global, el documental lo inmortaliza como una figura cultural digna de recordarse.

Contribuir a que el formato pierda su valor.

Esta burbuja, por llamarlo de alguna forma, depende de otra que es la del entretenimiento a la carta y las plataformas de contenidos como Netflix, Max, etc. Existe una saturación consolidada que permite a artistas, relevantes o no, populares o impopulares, contar la misma historia de superación y procesos entre bambalinas que acaba, debido a la omnipresencia, volviéndose genérica.

Los algoritmos mandan y hay nicho para cualquier contenido que podamos imaginar, y en esa ventaja existe también el pasaporte a la devaluación: documentales fast-food, producidos en semanas y consumidos y olvidados en minutos se agolpan en las parrillas de estas productoras.

Y ya no sólo productoras: hoy cualquier entidad, ya sea un banco que vende armas a Israel como una marca de fast-fashion quieren colonizar y empaquetar sus historias culturales para simular que aportan algo más a sus futuros clientes: Santander SMusic también hace sus documentales o Bershka hace sus documentales porque todo hoy en día son, eminentemente, medios de comunicación con un objetivo: el engagement a corto plazo.

"Nostalgia instantánea".

¿No es un documental una forma de seguir alimentando un museo de lo vivo? ¿Y no se recurre a ello antes de tiempo anticipando que la nostalgia es un recurso emocional y comercial explotable en la era digital?

En lugar de esperar a que una carrera sea celebrada de forma retroactiva, se genera una sensación de nostalgia instantánea donde todo se mira con el enfoque del recuerdo y la memoria. Como si los artistas buscaran crear una simulación de permanencia en medio de tanta volatilidad.

El nuevo documental de Brian Eno, que usa tecnología generativa para contarse de una manera distinta en cada reproducción, es una obra que coquetea con este fenómeno de una nostalgia cultivada.