024c es una suerte de compilación de signos y tendencias que nos servirán para comprender lo ocurrido en este 2024: una pila de ensayos y clasificaciones que usaré para plantear una radiografía de la industria musical, creativa y cultural. Una foto completa, con sus luces y sus sombras.
Hay un joven que desde hace años guarda cualquier movimiento de Playboi Carti en su archivo de la aplicación Notas; apariciones públicas, tuits, contenido efímero en Instagram. Hay fanáticas de Taylor Swift que llevan pañales a sus conciertos por temor a perderse algún momento del show por tener que ir a orinar.
Mis lectores seguramente conocen otras muchas historias surrealistas sobre fandoms que probablemente jamás haya escuchado; para algunos divulgadores los fanáticos son una fuente de inspiración constante y para muchos profesionales de las industrias creativas suponen una, o la única, capitalización viable y/o mínimamente sostenible.
Para mí, la omnipresencia de las relaciones parasociales en nuestro mundo sociodigital se asemeja a un descenso a los infiernos: un Apocalipsis de stans.
Durante este ensayo recopilatorio voy a ir cambiando el término con el que me refiero a los fans:
¿Qué ocurre dentro de un superfán de Taylor Swift?
Ocurren muchas, pero esencialmente → sus niveles de oxitocina están fortaleciendo la ilusión de una conexión emocional genuina con la artista → la dopamina crea ciclos de recompensa y motivación que le mantiene comprometido → sus endorfinas convierten las experiencias relacionadas con Swift en momentos de euforia inolvidables y → la serotonina refuerza el sentido de pertenencia y el estatus dentro de la comunidad de swifties.
En genérico:
Estas hormonas y neurotransmisores mencionados inciden en todas nuestras relaciones sociales: las físicas, pero también las parasociales. Nuestro cerebro no distingue fácilmente entre una relación real y otra imaginada, por eso percibe la interacción con el artista como un vínculo significativo, cimentando el fanatismo en recompensas químicas constantes.
FAN or STAN?
La relación ídolo-fan tiene raíces en la veneración de héroes, figuras religiosas y artistas a lo largo de la historia. La relación parasocial de hoy, aunque evolutiva, es una extensión de esta admiración milenaria, amplificada por los mecanismos tecnológicos y culturales actuales (medios masivos, interacción frecuente, creación de contenido constante).
Hemos pasado de un fandom restringido (pequeñas subculturas en convenciones o clubes de fans locales) a un fandom masivo y global.
Lo que alguna vez fue un fenómeno comunitario y distante, propio de lo que llamábamos nerds (sujetos obsesos con algún interés en particular) ahora se percibe como íntimo y personal, creando un vínculo emocional mucho más profundo y colectivo.
Hoy los fanáticos experimentan emociones intensas y sienten una conexión intrínseca que refuerza su identidad personal, pasando a ser un modo de vida. El fanático siente que el artista habla directamente con él, lo que intensifica el lazo emocional. Pero esta cercanía es tramposa: puede llegar a ser frágil e incluso tóxica: si la interacción es unidireccional y diseñada para fidelizar, el fanático queda a merced de estrategias de marketing emocional.
Los llaman superfáns, aunque también pueden denominarse stans: el término tiene su origen en la canción del mismo nombre, 'Stan', popularizada por Eminem en su obra nuclear, 'The Marshall Mathers LP' en el año 2000. Allí, se define al stan como un fan "extremadamente devoto y entusiasta", uno que incluso puede volverse agresivo con la fuente si considera que las interacciones no alcanzan sus expectativas.
Todos sabemos la historia del asesinato de John Lennon, hemos visto imágenes de los golpes de calor y desmayos en conciertos de Michael Jackson, oímos en prensa hablar de un acosador a Miley Cyrus o recordamos imágenes de grupos de fanáticas de alguna boy band haciendo largas noches de acampada antes de un concierto.
La obsesión siempre ha estado ahí, pero hoy, con el acceso digital ilimitado y la necesidad de atención constante, este fenómeno global puede llevar a los stans a extremar su comportamiento, subdividirse en distintas corrientes e incluso hacer colapsar narrativas de sus artistas favoritos.
Post-individualismo, multiplicidad identitaria y clanes.
En el llamado post-individualismo, el capital social es más importante que el capital económico y tu relevancia social se mide por los grupos a los que perteneces. El sujeto post-individual entrará y saldrá de grupos y comunidades con facilidad, así como albergará distintas identidades y "yoes" en otras tantas.
El post-individualismo describe cómo, en la era digital, las personas fragmentan su identidad en múltiples versiones de sí mismas, conectándose con comunidades específicas basadas en intereses o valores compartidos. A diferencia del individualismo clásico, donde el énfasis estaba en definirse a uno mismo, ahora las personas buscan pertenencia y significado en colectivos virtuales. Plataformas como Reddit, Discord, Slack, Telegram y los más conocidos canales de redes sociales facilitan esta segmentación, creando espacios donde las micro-identidades prosperan, moldeadas por algoritmos y dinámicas de grupo.
En este contexto, la cultura stan es un paradigmático ejemplo de post-individualismo: personas que canalizan su identidad hacia una devoción intensa por figuras públicas o intereses específicos en plataformas diseñadas para amplificar emociones y crear retroalimentación positiva. Estas comunidades no solo brindan un sentido de pertenencia y acción colectiva, sino que también refuerzan su identidad grupal a través de lenguajes internos (memética) y dinámicas tribales.
Otro nombre posible es el de la hiperidentificación. Otra forma de acercarse al fenómeno es la gamificación de la identidad.
Y también puede recordarnos a los clanes, donde habitualmente las críticas de otro clan se asumen normalmente como ataques.
¿De verdad los stans van a salvar la industria musical?
En el último año, la industria musical en colectivo ha transformado la idea del superfán en una utopía y una entelequia al mismo tiempo; una promesa de extinción para la extinción del hambre a nivel global que todos parecen palpar pero que nadie consigue agarrar.
Ahí está la teoría predictiva de entidades como MIDiA, la teoría de la bifurcación que contempla la posibilidad de que las oportunidades de negocio de cualquier artista sean complementarias: atacar a consumidores (streaming, consumo casual) y a fans (co-creadores, dispuestos a contribuir, etc). Ellos lo simplifican en las vertientes LISTEN y PLAY. Y explican que esta propensión está basada en que la radio moderna, el streaming, no es suficiente.
(En el futuro veremos también como la brecha entre ambas dimensiones puede no tener correlación y se amplifican las disociaciones, tipo: muchos streams pero pocos fans comprometidos, etc etc).
Pero... ¿por qué se observa la relación con el superfán como la moneda corriente más importante de la industria?
Datos: Se estima que el mercado de los superfáns tiene una envergadura de 4,2 mil millones de dólares, y aunque representan solo el 10%-20% de la audiencia total, generan hasta el 50%-70% de los ingresos totales de un artista. Harry Styles lanzó hasta 90 productos diferentes relacionados con su álbum 'Fine Line' y algunos aficionados a bandas K-Pop llegan a comprar decenas de copias de los mismos productos con la única intención de subir las ventas.
Necesidad: el modelo del streaming ha fracasado como alternativa para una industria musical más equilibrada y autónoma, llevando si cabe más precariedad a los generadores culturales y mucha más fragmentación en sus audiencias potenciales. La oferta de conciertos se amplifica por esta crisis estructural y la demanda no es suficiente; todos quieren fidelizar audiencia que esté dispuesta a comprar todos sus productos.
El clavo tiene todo lo que todo el mundo necesita: consumo elevado, compromiso emocional y sostenibilidad económica.
Este clavo es al que todos se quieren agarrar pero lo cierto es que este clavo está ARDIENDO. De hecho, este clavo llega desde el Apocalipsis.
La regla de los 1000 fans a.k.a. la entrada en el Apocalipsis.
Las grandes plataformas de redes sociales generan precariedad y concentración de la riqueza: sólo algunos llegan a capitalizar un consumo masivo. Por este motivo los habitantes de la creators economy han llegado a creer que menos fans y más comprometidos les llevará a una sostenibilidad financiera imposible de conseguir únicamente subiendo su música a Spotify.
La WEB3, sus aplicaciones tecnológicas y su espíritu horizontal y descentralizado hicieron por un momento creer en que este futuro era posible: que cada artista tendría su plataforma, sin intermediación de otra entidad, para cultivar la relación directa con sus fans. No ha sido así y aunque la realidad hubiera sido otra:
Artistas, creadores: ¿De verdad queremos dedicarnos exclusivamente a nuestros fans, darles toda la voz y voto posible y explotar emocionalmente a un grupo reducido de personas? ¿Queremos que nuestras comunidades decidan cosas?
Sobre el papel, esta suposición es prometedora e incluso atractiva: tu pequeño culto y comunidad consolidada sobre una relación bidireccional. Pero nadie dice que esta relación sea sana ni coherente.
Depender de un solo colectivo y/o fuente de ingresos es en realidad una fragilidad estructural.
¿Quién controla a quién? El arte NO DEBE pensar en el público y ni mucho menos hablar por la audiencia.
Sí, a veces olvidamos que cualquier expresión artística no debe tener en cuenta a la audiencia ni esperar ser validada por absolutamente nadie. Y ni mucho menos condicionar la actividad creativa a unos designios que, en cualquier momento, pueden descontrolarse.
Y aunque haya creadores que controlen que esta relación dependiente no sea tan extrema; ¿qué ocurre cuando una legión de tus fans, suponiendo que tienes millones, se organizan para boicotear un mitin de una figura política que desprecian? ¿Los justificarás por ser tus fans?
Así como la relación fan-artista entra en dilemas cuando el artista tiene algún comportamiento objetivamente (o subjetivamente) reprochable, hoy en día la relación artista-fan también puede verse intoxicada con facilidad debido a la natural propensión del entorno digital hacia la polarización.
Los algoritmos priorizan el contenido que genera reacciones intensas, favorecen la devoción pero también la agresión. Lo que un día fue adhesión ciega, al momento puede ser ataque repentino.
En menos de una milésima de segundo, aquel fan acérrimo que defendía con ametralladora en una sección de comentarios a su artista favorito puede transformarse en un hater decepcionado. Es el TODO y la NADA. El sentido común y crítico está justo en el centro.
1000 HATERS son también una buena idea de negocio.
Hubo swifties este año que intentaron batallar contra aquellos que polemizaban con la huella de carbono generada por Taylor Swift y su jet privado, pero hubo otros que denunciaron a Madonna por salir muy tarde a un concierto. Playboi Carti apenas tiene comunicación con su obsesa legión de fans, los Vamps, mientras que Fred again.. se preocupa de que aquellos primeros fans se vean recompensados.
Grimes tuvo que pedir perdón en Coachella por su terrible actuación el primer fin de semana; en el mismo festival, Blur dijeron en el propio concierto que jamás les volverían a ver el pelo allí. Hay artistas como Arca que gestionan bien su comunidad, dando voz y cooperando activamente, mientras que otros artistas sólo quieren a sus stans para que contribuyan a algún GoFundMe de forma oportunista.
Hay de todo, pero lo que queda claro es que no se puede habitar el centro: adhesión o ataque, o idealización o estigmatización. O fan o hater.
Y el odio en concreto tiene la particularidad de generar la misma o más visibilidad que el amor incondicional: el rage bait (provocar intencionadamente) puede generar un engagement que desencadene otras oportunidades comerciales. Los haters actúan como contraste natural (refuerzan la devoción de los stans al actuar como adversarios visibles) e impulsan las narrativas adyacentes generando contenido propio.
Date cuenta que tienes un CULTO y asume las consecuencias.
Aunque los algoritmos son propensos a generar una monocultura, donde los usuarios habitualmente afrontan cuestiones de una manera similar, lo cierto es que en el ecosistema digital todo se parece cada vez más a una inmensa red descentralizada de pequeños nichos.
Nichos, espacios de pensamiento aislados o véase cultos. Y ya existen y existirán para cualquier topic o interés que nos imaginemos: hay audiencia para todo el mundo.