FYI: es el insight semanal de FRANKA™️ expuesto en forma de interrogante: una captura de pantalla hecha de otras capturas de pantalla y relacionadas sobre una pregunta a menudo sin respuesta. Una respuesta a la incesante llegada de "cosas que pueden interesarte" y que nunca acabamos de consumir plenamente.

A relativamente poco de comenzar a hacer ruido con una nueva edición, ¿existe algo peor que dos iconos como Kendrick Lamar o Rihanna rechacen tus ofertas? Sí, existe algo peor: que lo sepa todo el mundo.

A través de un artículo en Bloomberg, se ha sabido que tanto la más reciente estrella en protagonizar el Half-time Show de la Super Bowl como el próximo estandarte del mismo espectáculo en 2025 han declinado participar en Coachella Valley Music and Arts Festival, probablemente el festival que asegura la mayor exposición y entrada de capital de todos los eventos musicales del mundo. Y no parece que estemos ante una confabulación de la propia NFL.

K.Dot ha justificado su rechazo comunicando que tiene una gira de estadios programada tras su esperado Half-time Show, en el que simplificará toda su imaginería y éxitos en tan solo 15 minutos y será visto por 100 millones de espectadores (una cifra que consigue dejar en residual la audiencia potencial de Coachella: unas 210.000 personas aproximadamente). El rapero, que ha ganado en popularidad y más credibilidad si cabe tras el dañino beef con Drake, se prepara también para lanzar nuevo disco de forma inminente.

Rihanna, al parecer, relaciona su negativa a Coachella con la gestión y diversificación de su imperio de negocios al margen de la música, en concreto la marca de cosmética Fenty Beauty. Primera conclusión: ambos no necesitan ni el dinero ni la exposición que les puede traer Coachella.

Escasez de iconos disponibles y caída de la aspiracionalidad.

El formato macrofestival tiene muchos puntos débiles donde debe inclinarse y reflexionar (los precios de las entradas, el envejecimiento del público y la dependencia del FOMO por encima de la propia experiencia), pero sin duda uno de los más preocupantes es la complicada tarea de cerrar cabezas de cartel.

Y no únicamente contratarlos, sino que estos aporten un valor diferencial cuando el número de propuestas (oferta) supuestamente no para de crecer: a más festivales riñendo por alcanzar a un headliner que sea capaz de vender tickets o colgar el SOLD OUT por sí solo, más capacidad de negociación al alza de las agencias (pocas, en este caso concreto: Wasserman, CAA, WME y UTA) que controlan los destinos de estos, llamémoslo, iconos.

Pero hay otra paradoja aún más interesante que esa inflación artística: la decadencia del icono en sí mismo. Lo estamos observando en los últimos 10 o 15 años, el período de consolidación del streaming y el consumo hiper-fragmentado: cada vez cuesta más que se formen nuevos iconos (véase aquel artista que asciende de forma sostenida a la categoría de súper estrella y es capaz de llenar varios conciertos de magnitud estadio por sí solo).

Aunque cada vez hay más proyectos musicales (gracias, también, al streaming), lo cierto es que las carreras duran menos y la tolerancia del fracaso ha disminuido: observamos a diario jóvenes talentos que apuntan bien con un primer o segundo single y, tras unos números corrientes de un primer álbum y ninguna propuesta de marca en su buzón, tienden a desaparecer tras un burn out.

La presión por mantenerse relevante y alcanzar el éxito muy rápido han extirpado la idea de que se puede conseguir ser un artista sostenible: crecer poco a poco y fiel a tus principios. Irónicamente, la falta de sensación cronológica de la audiencia más joven (en los universos planos de redes sociales los productos no tienen fecha ni tampoco caducidad) está empezando a favorecer a los iconos construidos hace décadas: muchos proyectos musicales más longevos aprovechan que gracias a las interpolaciones (o precisamente la fragmentación del consumo), canciones de su discografía alcanzan la viralidad en TikTok casi sin llegar a explicárselo.

Es decir: cada vez veremos más grupos antiguos volviendo a girar gracias a una inesperada y renovada relevancia, encabezando macrofestivales donde la audiencia no para de envejecer y al mismo tiempo veremos reducida la tasa de nuevos iconos para audiencias más jóvenes.

Huelga decir que con este contexto las intenciones de las nuevas generaciones por pagar la entrada de uno de los cientos de festivales a su alrededor decaerá en consonancia.

Autonomía y control total: el nuevo nivel de la música en directo.

Hace tan solo unos meses, la artista británica Adele ofreció una serie de 10 conciertos en Munich a modo de “mini residencia”. Y lo hizo en un estadio hecho a medida levantado únicamente para la ocasión. Cada concierto pudo albergar 80.000 asistentes. 

Tras el apabullante éxito de acontecimientos como el The Eras Tour, las grandes súper estrellas de la música y las promotoras (en este caso, Live Nation), suben sus apuestas para rentabilizar aún más sus espectáculos en directo. ¿Por qué no construimos también el recinto y así podemos regalar a los fans una experiencia de más valor y por tanto justificar más los precios? 130 millones de inversión para casi doblarla en beneficios y contribuir además con varios múltiplos a la economía de la ciudad donde ocurre la residencia.

Oasis, a pesar de la investigación abierta por el ticketing dinámico que se puso en práctica en la venta de entradas para su esperada gira de reconciliación, también enfatizaron su rechazo a la idea de encabezar ningún festival. Bueno, y hace ya años que vemos que hay un sector reducido de estrellas que ya ni siquiera se les pasaría por la cabeza actuar en Coachella: Drake, Beyoncé, etc. Si no es el caché son los costes de producción derivados de unas experiencias (imposibles de soportar por los promotores) que deben ser cada vez más distintivas y únicas para sus fans.

Todo esto ocurre sabiendo que el ticket medio de la música en directo, de los conciertos, sube de forma progresiva año tras años.

¿Un formato que ya no cumple las expectativas?

Con esta tendencia a buscar cada vez más control de la experiencia y que la misma aporte un valor diferencial a los fans (reminder: principal sujeto a explotar en estos espectáculos), aquellos que van a destinar una considerable suma de dinero y esfuerzo para conseguir un ticket, el formato macrofestival vuelve a salir malparado.

Kendrick Lamar ya no quiere tocar al mismo tiempo que otros seis artistas, aunque sean propuestas menores o locales. No quiere que la atención se diversifique y observar en el público alguien que se mueve para ir a buscar a su pareja a otro escenario. Lamar, y otros, no quieren compartir espacio en un cartel con muchos más nombres propios: quieren que su experiencia sea única, y eso comienza desde lo más elemental.

Tampoco necesitan pasarse tocando todo el verano; al revés, si pueden configurar un espectáculo que justifique una entrada de más de 100 euros y comprimirlo al máximo para abaratar costes y optimizar la rentabilidad, por supuesto que lo harán. Porque los artistas de este calibre quieren tiempo para crear y tienen el privilegio de no tener que preocuparse de cómo performa su música en servicios de streaming (otro reminder: el escaso o nulo beneficio que aporta tener las canciones colgadas en Spotify a un artista pequeño mediano es el principal detonante de tener que salir a tocar a la desesperada).

Y tampoco (por último), tienen la necesidad de calibrar un show por debajo de sus expectativas y las de cualquier fan pasajero que acude a un macrofestival y quiere ver un rato a Kendrick Lamar. ¿Qué imagen se lleva el fan que acude a la gira del artista y qué recuerdo se lleva aquel que únicamente ha visto su concierto para festivales?

Si los artistas tienden además a proponer lifestyles cambiantes y mundos concretos para sus fans ya desde los lanzamientos de sus obras, tiene sentido que muchos de los antiguos y nuevos iconos acaben distanciándose de la propuesta de un macrofestival, donde la experiencia es prácticamente idéntica a la de un servicio de streaming: muchos artistas disponibles y tan solo alguna experiencia realmente memorable.

Aquí puedes consultar otras 8 inquietantes intuiciones sobre los festivales musicales, en Instagram.

Fragmentos de uno de los conciertos del The Big Steppers Tour.

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