Veamos: he de confesar que cuando oí a Benito Martínez entonar un bolero junto a Los Rivera Destino, por un momento, dos pensamientos intrusivos pasaron por mi mente: ¿Por qué no ampliar su voz a más lugares del folclore latino? y ¿no será este chico otro eslabón de la genealogía que comienza a finales de los 60 en Nueva York? Hace 5 años, abandoné aquellos pensamientos como abandoné la atención concreta a su música, la de Bad Bunny.
Ni mucho menos porque deteste el Reguetón, al contrario: conozco bien su genética e influencia, así como su variedad. Fue más bien por aburrimiento: el género puede ser increíblemente revelador y complejo por momentos, pero justamente la discografía de Bad Bunny parece una canción idéntica en la que, a menudo, sólo cambia la letra. Ni siquiera la entonación.
Supongo que como mucha gente que intuye la autenticidad (percibir ya no asegura nada, porque hay mucha de esa autenticidad que está prefabricada), mi atención sobre Bad Bunny ha ido incrementándose a medida que sus intenciones también han ido cambiando. Mi relación con su música ha sido retroactiva (sabéis que justamente no quiero ser ese experto YouTuber que conoce cada segundo significado de alguna de las letras de un artista): 'Nadie Sabe Lo Que Va a Pasar Mañana' (2023) fue el primer disco al que le presté mi tiempo y luego fui retrocediendo. Y aún con ese proceso desordenado, casi inverso, pude ver que Bunny está sufriendo lo que algunos teóricos del arte contemporáneo llaman: la vuelta a casa.
ADVERTENCIA: A partir de aquí tenemos que asumir (véase, dar por ciertas) varias cosas: a) que Bad Bunny está considerado como un artista y no un simple creador de contenido y b) que el mensaje que nos está transmitiendo es real y no es un teleprompter recomendado por su equipo creativo para fortalecer su imagen o lavar su imagen de celebridad americanizada.
Héctor Lavoe quería conquistar América y Benito la quiere dejar.
Espero que nadie me entienda mal: jamás me atrevería a comparar a Héctor, el Jíbaro auténtico, con Bad Bunny. (Raw Alejandro no puede decir lo mismo, aunque fuera un homenaje). Héctor, nacido en Ponce (Puerto Rico), nunca dejó de cantar a su gente nuyorriqueña mientras luchaba contra sí mismo en las calles de aquel demonio urbano, el Nueva York de los 70. Benito, también boricua, nunca ha dejado de cantar a su gente de la isla, pero su enemigo no es él mismo sino la globalización.
Me explico: Héctor fue un luchador, un hombre exiliado de clase obrera con un talento único que dio vida a una puertorriqueñidad que pasaba por la aprobación de Estados Unidos. Bad Bunny es un privilegiado, una celebridad Pop que, cansado de ser una celebridad y ya suficientemente mayor para notar su propia alienación, quiere decirles a sus seres queridos que quiere volver. Que ahora aprecia mucho más que antes, con la perspectiva, a Puerto Rico.
Las grandes estrellas de Fania incitaron a la audiencia presente en el concierto del Yankee Stadium en 1973 (el mejor concierto de Salsa de la historia, sin ninguna opción a la duda) no solo a la euforia colectiva, sino al levantamiento político (ver el concierto hasta el final). Bunny, después de pensárselo un tiempo, mostró su apoyo a Kamala Harris en las últimas elecciones en U.S.A., motivado por las bromas (entre ellas, llamar a Puerto Rico "isla de basura") de Tony Hinchcliffe en un mitin de Donald Trump unos días antes. Benito compartió un vídeo de Benicio del Toro tributando la identidad puertorriqueña que apareció en una de sus giras (P FKN R, 2021), pero no sirvió de mucho: aunque en general los latinos en Estados Unidos votaron por los demócratas, el apoyo a los republicanos subió considerablemente (debido, en parte, a la inflación).
Aquellos puertorriqueños emigrados a las calles del spanish harlem transformaron su nostalgia y la ilusión diaspórica de conquistar un nuevo mundo en la Salsa (aunque también tuvieron mucho que ver en el nacimiento del Hip Hop como movimiento cultural), el fenómeno transcultural con raíces caribeñas que sirvió de framework para diseñar la identidad del latino trabajador en América. Bad Bunny vive en San Juan, en una mansión, y frecuentemente visita una de las penthouses más caras de Manhattan, de su propiedad.