Lo sé, he tardado una semana más en regresar aquí. Mis sinceras disculpas: a veces se nos olvida que somos humanos y no lineales, no supuestas máquinas de crear contenido de calidad sin espacio para bloqueos. A veces las ideas no fluyen como uno quisiera y la mejor terapia es una desconexión; caminar, oler flores, hacer lentejas.
Tengo muchos planes para 2025 como ya pudisteis leer en mi último mail del 2024, y no quiero abrumarme: haremos todo lo que podamos. El síndrome de la lista de tareas me persigue desde hace dos décadas ya y sinceramente parece algo crónico. Incluso diría masivo y generacional. Queremos hacer tantas cosas que sólo ese papel con todo apuntado asusta y acaba siendo el típico bocado que no puedes masticar bien y se te hace bola.
Pero bueno, no se puede empezar el año sin predicciones, es otro horrible y resolutivo hábito en el mundo de la divulgación, al igual que la recapitulación final de cada curso.
Aquí están las mías: una recopilación de teorías, síntomas e indicios que no son nada nuevo y que vengo destacando de muchas maneras en los últimos tiempos. Me he permitido hacer un gráfico que las clasifica según preferencia personal y si la tendencia es constructiva o más bien destructiva.
La palabra del año será "independiente".
Las sensaciones y los estudios no mienten: en los últimos años está incrementando el número de artistas independientes y también aumentando su tracción. Y este mercado seguirá subiendo más de un 7% hasta 2029, según datos de Luminate.
Véase como independiente al artista que auto-gestiona su propiedad intelectual y obra sin la necesidad de una discográfica. Suena tremendamente bien. Y es muy necesario también. Pero a pesar del surtido de ontologías que permiten hoy por hoy llevar ese título (creators economy, distribución digital, ausencia de fricciones en los servicios de streaming, herramientas de gestión de la promoción, etc), ser independiente es algo que crece con muchos malos vicios.
El mayor problema adherido a esta utopía del nuevo artista independiente es la sobrecarga: artistas que deben preocuparse de vender su obra generando contenido constante mientras pierden tiempo para ocuparse de pensar creativamente. El otro es el exceso de oferta y la cada vez más despiadada lucha por la atención, que condiciona los discursos, las decisiones y también, obvio, las expectativas.
Sabido es aquel dramático paper que relacionaba el hecho de intentar proyectar dentro de la industria musical con, literalmente, ir al casino. Otra forma de decirlo es aquel ya mítico "Rent is the creative director" de Elijah.
En un ecosistema precario por sistema (las grabaciones apenas dan dinero debido al modelo del streaming y muchos artistas jóvenes salen desesperados a tocar y a planchar merchandising para costearse el lujo de probar a ser alguien en la música), es una buena noticia que la independencia crezca, pero deberíamos poder afinarla de algún modo para que fuera una independencia beneficiosa para el mayor número de artistas.