Hace tiempo que me imagino a un joven consumidor de música diseccionando el nuevo álbum de su artista favorita con Spotify en primer plano y la página de Wikipedia en el monitor secundario. Consultar Genius tras la llegada de un nuevo single de cualquier rapper ya se parece a eso: a una investigación de hilos rojos, conexiones, recortes y alfileres.
En este sentido, nada diferencia a Beyoncé de una youtuber cualquiera contando curiosidades y dando una lección histórica sobre el Country o las raíces folclóricas afroamericanas. En un entorno digital colonizado por partículas de contenido que comienzan con “How to…” y “¿Sabías que…”, las historias lineales de principio a fin no son relevantes, a no ser que pertenezcan o estén embebidas en otra historia mucho mayor; así explicamos la preferencialidad por los grandes artistas a inclinarse por la intertextualidad más que la verticalidad.
⚉ Hit-maker < conversation-starter
Los créditos de ‘COWBOY CARTER’ son precisamente un argumento descentralizado en el que sampleos, interludios, apropiaciones intencionadas e interpolaciones forman una amalgama pensada para que dicha obra musical nunca deje de ser relevante para sus oyentes; o, al menos, lo sea por el mayor tiempo posible. Si observamos el ejemplo de la estrella norteamericana: en su carrera ha pasado de ser una creadora de éxitos a tener la presión de empezar una nueva conversación llena de matices en cada álbum, adoptando la técnica de los easter eggs en su interior.
⚉ Footnoting como obsesión.
Algunos artistas son crítpticos desde antes de Internet; no es algo novedoso que un autor se esfuerce por esconder secretos dentro de su mensaje y obra. Pero la tendencia actual hacia las metanarrativas ha hecho de las notas a pie de página algo no solo necesario sino fundamental; en tiempos de ausencia de contexto y de mensajes fragmentados, las obras artísticas deben jugar en el terreno tridimensional en vez del bidimiensional. Raperos como Kendrick Lamar han hecho del origami una técnica adaptable a la escritura de letras: los mensajes subliminales y referencias de doble filo aseguran una experiencia duradera y apasionante para cualquier jugador, experto o principiante.
A un millenial, que un artista como él coja prestado un sample de Al Green porque el padre del sujeto de su canción tuvo relación musical alguna vez con el susodicho, no le asombra. Pero a un activo posmilénico le comportará horas y horas de aprendizaje y contenido didáctico. Así, las obras se han vuelto retorcidas por condición y llenas de significados que requieren de una dedicación extra para hacerse visibles; un consumidor puede hoy en día estar disfrutando de un álbum gracias a retales o viñetas completamente inexistentes para otro consumidor medio. Narrativas troceadas para espectros en constante subdivisión.
⚉ Mi audiencia es tan diversa que no puedo ser sólo un estado de ánimo.
Un easter egg es, por ejemplo, un sampleo contraintuitivo que un artista incluye en su nuevo álbum con el objetivo de desencadenar una nueva narrativa implícita en la obra; en ocasiones puede ser genuina o en otras muchas, obligada por otro tipo de influencias creativas o editoriales. En cualquier caso, no es la única acepción o alteración narrativa que observamos en la actualidad debido a la necesidad de sostener la relevancia en el tiempo: el condicional de la interactividad también se muestra en álbumes como el de ‘Los Sueños de Nube’, donde Rojuu es muchas personas al mismo tiempo y, por tanto, invoca todas las identidades y moods posibles para acompañar a esa multiplicidad.
En la actualidad, un álbum no puede centrarse en tan solo un estado de ánimo ya que los que nos escuchan están sobreestimulados y tienen un gran déficit de atención; tiene que haber un Rojuu para todos. Así, aparecen discos como el reciente lanzamiento de A. G. Cook, donde la lección histórica se plantea sobre el ‘Britpop’, en un fractal de imitaciones y simulaciones sobre lo que fue, lo que es y lo que puede representar esa etiqueta.
Házlo, pero hazlo digerible en muchas pequeñas partes. Hace tan solo 15 años, los álbumes musicales explotaban conceptos únicos y, aunque pudieran relatar desde varios puntos de vista, rara vez movían el objetivo de lugar. Hoy una obra de estas características se parece más a un dial de una radio con el propio artista manejando la rueda y llevándonos por diferentes frecuencias: un lore completo, o un rizoma en sí mismo.
Pensemos, por último, lo que ocurre antes incluso de sentarnos a escuchar un álbum: a menudo ya hemos consumido indirectamente publicaciones en Twitter o Instagram que desmenuzan los diferentes takes de una obra y revelan las diferentes capas del mismo, asistiéndonos en la proeza de desentrañar todo lo que quiere decir un artista para mantenernos interesados. Las narrativas están cambiando y ya no se trata solo de acortar las canciones o poner el final en el principio como cualquier tráiler: todo lo creado y creable depende del tiempo que es capaz de mantenerse multi-dimensional.